Aun en el supuesto de que Pablo Casado no hubiera incurrido en ninguna irregularidad con el famoso asunto de su máster en Derecho Autonómico y Local (está bastante bien explicado en este artículo), parece bastante claro que le va a representar un pesado lastre en su carrera política, por motivos tan contundentes como estos: le ha llevado a estar investigado en los tribunales; es el mismo esperpéntico máster que desató la caída de Cristina Cifuentes; es, por tanto, un máster bajo la sombra de la sospecha y que pone a Casado en relación muy directa con personajes tan oscuros como el exrector Fernando Suárez o Enrique Álvarez Conde (director de ese pseudomáster) y, por último y lo más grave, es sin la menor duda un máster fraudulento, un simulacro de mérito educativo por el que se pagaba un título sin haber aprendido ni haberse cualificado nada, lo que representa que Casado, de manera consciente, ha incluido en su ejecutoria una falsedad. Sabemos que, inexplicablemente, España sigue siendo un país que perdona estas cosas a sus políticos, pero también sabemos que ahora les pasan alguna factura, siquiera mínima.
Aunque de momento para Casado parece que no es muy alta, a juzgar por su victoria en las primarias del PP. Cuando, a pesar del asunto del máster, se presentó a la carrera por el liderazgo de su partido, me pareció que era muy temerario, estaba huyendo hacia delante o las dos cosas y dudé de que tuviera la menor opción de ganar; cuando, con todo y con eso, ganó, entendí que se había beneficiado de que el equilibrio entre sus dos rivales -cualquiera de ellas, de una talla infinitamente mayor que la suya- había imposibilitado que ninguna de las dos se impusiera sobre la otra y había terminado beneficiándole a él; no obstante, me pareció que el PP había cometido un error colectivo un tanto inexplicable a la vista de lo que había, error colectivo que tampoco sorprendía si se miraba hacia lo ocurrido en las filas del PSOE con Pedro Sánchez, a quien Casado se parece en que es también un profesional de la política con más deméritos que méritos: estos son los perfiles que se están imponiendo en nuestros tiempos, habremos de aceptarlo.
Aunque de momento para Casado parece que no es muy alta, a juzgar por su victoria en las primarias del PP. Cuando, a pesar del asunto del máster, se presentó a la carrera por el liderazgo de su partido, me pareció que era muy temerario, estaba huyendo hacia delante o las dos cosas y dudé de que tuviera la menor opción de ganar; cuando, con todo y con eso, ganó, entendí que se había beneficiado de que el equilibrio entre sus dos rivales -cualquiera de ellas, de una talla infinitamente mayor que la suya- había imposibilitado que ninguna de las dos se impusiera sobre la otra y había terminado beneficiándole a él; no obstante, me pareció que el PP había cometido un error colectivo un tanto inexplicable a la vista de lo que había, error colectivo que tampoco sorprendía si se miraba hacia lo ocurrido en las filas del PSOE con Pedro Sánchez, a quien Casado se parece en que es también un profesional de la política con más deméritos que méritos: estos son los perfiles que se están imponiendo en nuestros tiempos, habremos de aceptarlo.
¿Qué ha hecho Pablo Casado hasta ahora? Básicamente, hablar: decir lo que no le gusta o sí le gusta, exigir cosas al Gobierno y presentar las líneas maestras de las políticas que algún día, si ese día llega, aplicará. Es lo normal cuando se está en la oposición, pero desde hace algún tiempo se ha dedicado a hacer algo que me parece inaceptable: atacar a Ciudadanos por su participación activa en batallas como la retirada de lazos amarillos en Cataluña. El pasado 18 de agosto, se pronunció contra ello diciendo que "El PP no va a ir a las calles de Cataluña a generar crispación" y ayer mismo, en una Junta Nacional de su partido con unas ausencias que deberían preocuparle, insistió en esa misma idea, esta vez de forma más indirecta, comparando lo de hoy en Cataluña con lo de antaño en el País Vasco, y dejando una frase que merece la pena reproducir:
No da igual cómo recuperemos los espacios públicos […], tenemos que hacerlo a través de las instituciones. No habríamos ganado nada entrando en las herriko tabernas para enfrentarnos a ellos.
Que Casado haya dicho que los que quitan lazos amarillos generan crispación es una bajeza de gran calibre, porque representa que es capaz de cualquier cosa con tal de descalificar a quien cree que le va a quitar votos. La crispación no la generan quienes quitan lazos amarillos, sino quienes los ponen (y hacen además otras cosas mucho peores, como debería saber el señor Casado), esos separatistas a quienes él da munición con declaraciones así. Es una triste ironía, por otra parte, eso de que el PP no vaya a ir a las calles de Cataluña a generar crispación, porque la realidad es que el PP a Cataluña no va a ir ni a eso ni a nada, ya que en aquella región está prácticamente barrido, y quizás sea porque ha estado muchos años pasivo ante los abusos que se cometían allí, y por eso ahora les está sobrepasando un partido que, como Ciudadanos, ha decidido no quedarse callado ni de brazos cruzados.
Luego está la frasecita relativa al País Vasco, que hace pensar que quizás Pablo Casado no tenga mucha idea de lo que ocurrió allí durante los trágicos años del terrorismo, ya que con ella defiende sin duda la pasividad ciudadana, cuando precisamente esa pasividad se está señalando desde hace mucho como uno de los factores que favorecieron a ETA, a Herri Batasuna y a todos sus cómplices, ya fueran movedores de árboles o recogedores de nueces. Antes de hacer esa frasecita y esa desafortunada exageración de las herriko tabernas, debería haber pensado en el colectivo Basta Ya o en María San Gil (que es de su partido), o haberse dado un paseo por las hemerotecas, o haber leído Patria. El callarse la ciudadanía y dejar las cosas en manos de las instituciones durante años no ayudó nada, aparte de que fue una lacra, entre otras cosas, porque las instituciones, en el País Vasco y más aún en Cataluña, con más frecuencia de la razonable fueron muy poco diligentes o mostraron una pasividad cómplice. Después de haber visto durante décadas como los gobiernos del PP y del PSOE dejaban hacer en asuntos como la inmersión lingüística, la rotulación de establecimientos, la manipulación informativa, el destierro de gente que estorbaba al nacionalismo, el adoctrinamiento educativo, desafíos como los de 2014 y 2017 o el hostigamiento a los no nacionalistas, demuestra un enorme cinismo (porque ignorancia no es) el señor Casado cuando condena a quienes quitan lazos amarillos o dice esa bobada de que los espacios públicos se recuperan a través de las instituciones. Y lo dice, para colmo, en un acto en el que reclama la aplicación del 155 con una dureza que su partido evitó. El de 2017 fue lo que fue porque lo decretó el timorato Rajoy cercado por un PSOE acomplejado y calculador; cuando se aplique en 2018 -que habrá que aplicarlo más pronto que tarde, a lo mejor dentro de tres días- ya veremos lo que sale, con Sánchez y Casado a los mandos y Podemos en la vicepresidencia virtual.
El máster y su currículum hacían de Pablo Casado un político que generaba desconfianza, pero este postureo de los lacitos y de pedir a los demás dureza mientras él se limita a mirar lo retrata como un mindundi de la política.
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