Cuando escribo este artículo, la operación de represalia desatada contra los palestinos por parte del estado de Israel lleva producidos 1.030 muertos, de los que 200 son niños. Tres de cada cuatro víctimas eran civiles y el número de hogares destruidos es también muy elevado. Por el lado israelí, han muerto 41 militares y tres civiles. Nadie podrá discutir que esta operación es una venganza, ya que se desencadenó por el asesinato de tres jóvenes israelíes que habían sido secuestrados por dos miembros de Hamás el pasado 12 de junio. La manera israelí de castigar los crímenes es muy curiosa: puesto que los asesinos eran de Hamás, se emprende una violenta pesecución contra Hamás que, al final, pagan los civiles palestinos con un alto tributo en víctimas mortales, dolor y destrucción. No es racional, humano ni comprensible que el protocolo de persecución de unos criminales consista en lanzar operaciones mortíferas e indiscriminadas contra su pueblo. Por si esto fuera poco, hoy leo en ABC la noticia de que los asesinos de los tres jóvenes israelíes, aunque componían una célula afiliada a Hamás, no actuaban bajo sus órdenes, sino que lo hacían por su cuenta y riesgo, como reconocen las propias autoridades policiales israelíes. ¿Qué argumentos le quedan ahora a Israel? Los tanques, las bombas, los aviones. Lo dicho: nada de justicia, nada de buscar a unos criminales para que pagasen por su crimen; lo que está llevando a cabo Israel es una represalia sangrienta e inicua, una venganza bíblica consistente en eliminar al que haya cometido el delito de ser palestino, aunque no haya hecho nada, aunque sea un niño. Obama, el papa, el mundo entero les están pidiendo que cesen. ¿Cuándo tendrán suficiente?
Obsolescencia programada y medio ambiente
Hace 21 horas
Pablo, qué temas más duros ocupan este espacio últimamente, ¿verdad?
ResponderEliminarY es que si uno tiene sangre en las venas, no puede ser de otro modo. Triste, muy triste. La desolación es absoluta porque no se ve la luz por ninguna parte. No hay más que añadir.
Realmente, poco hay que añadir, Vega. El mundo está penoso.
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