Veo esta mañana en "El País"
un nuevo estudio demoscópico cuya principal novedad quizás sea esta: que la suma de la estimación de voto de PP y PSOE es del 39'2%, frente al 39'9% que suman entre
Podemos y
Ciudadadanos. Que las dos principales fuerzas emergentes tuteen ya a los tambaleantes partidos que han hegemonizado el poder durante las últimas décadas es un síntoma más de algo incontestable: que España necesita sin excusas ni demoras un vuelco regenerador. Unas páginas más adelante, me encuentro con una carta titulada
Hundir la pública, que firma una profesora llamada Estrella Martín Francisco
, en la que se queja amargamente del trato que se está dispensando a los profesores desde hace muchísimo tiempo, trato que debería avergonzar a nuestros gobernantes y a la sociedad. Este maltrato es un factor clave del conjunto de elementos que han conseguido que no podamos precisamente enorgullecernos del actual estado de nuestra educación, el cual está más relacionado de lo que se piensa con esos males que tanto daño nos han hecho y ante los que ahora nos escandalizamos. Durante años, la sociedad española aceptó que ninguna política fuera condenable si traía enriquecimiento o dinero fácil; que delincuentes procesados por corrupción se presentasen a elecciones que a menudo ganaban, y hasta por amplias mayorías; que se descubrieran asuntos de corrupción que quedaban impunes y hasta fueran afrontados con insultante arrogancia por sus implicados; que todo, en especial, un bien tan esencial como la vivienda, se pusiera en unos precios de magnitud abusiva que al final se han vuelto dramáticamente en nuestra contra; que las palabras
ética o
principios sonaran a chiste; que en las relaciones sociales fueran ganando cada vez más peso la grosería, la desconsideración hacia los demás y la prepotencia: todas estas cosas se admitieron porque España es, desde hace mucho tiempo, un país con una pésima educación cívica, moral y política, o sea, un terreno abonado para que prendan bien malas hierbas tales como la corrupción, el todo vale, el abuso y la injusticia, esas que hemos necesitado que se convirtieran en plaga para ver lo perjudiciales que eran.
El mejor herbicida contra estas plantas son los principios. Los principios deberían ser lo primero, por algo se llaman así, y los principios se adquieren y se transmiten a través de una educación de sólidos fundamentos éticos e intelectuales. Las personas nos educamos desde muchas fuentes, pero las más apropiadas para emanar principios son la familia, la escuela, los medios de comunicación y el ejemplo que transmitan quienes tengan responsabilidades públicas. ¿Cuáles son los principios más apropiados para una sociedad sana? Cualquiera podría decir unos cuantos: honradez, responsabilidad, respeto del deber y de las personas, sinceridad, seriedad, sentido del compromiso, sensatez, cumplimiento de las obligaciones, justicia... Un miembro de una sociedad libre y cívica, en lo que toca a su relación con la comunidad, debería guiarse por estas pautas y tener garantizado que los demás iban a hacer lo mismo, lo que equivale a decir que debería tener garantizados sus derechos. Deberes y derechos van siempre juntos. En esa sociedad libre y cívica, tienen que ser razonables y bien equilibrados.
¿Qué ha sucedido en la escuela? ¿Qué puede estar ocurriendo para que Estrella Martín termine su carta con estas palabras:
no sé si somos muchos o pocos los que sufrimos este acoso, pero sí conozco muchos casos en los que se nos destruye como personas y como docentes? Terribles palabras sin duda, las cuales doy fe de que no esconden una paranoia de esta profesora, porque me temo que sí, que
son muchos los profesores que hoy en día padecen este acoso, como son demasiados los que acaban sufriendo insomnio, ansiedad y hasta depresión, los que tienen que recurrir a pastillas, tratamientos y bajas, esto es cosa sabida por el colectivo y por la gente bien informada, y respaldada por datos concretos recopilados por los sindicatos que han prestado atención a tan preocupante fenómeno, tales como ANPE o APIA. Sin duda que la Administración educativa está también muy al tanto de este problema, ¿qué ha hecho o qué hace para atajarlo? Otro síntoma que debería alarmar mucho a la sociedad y a la Administración: el abrumador número de docentes que miran hacia la jubilación con verdaderas ansias, como si la considerasen el final de una pesadilla. No es normal que sean tantos; no es normal que yo haya hablado con personas de 50 años y hasta de 48 que estén ya pensando en la jubilación como una solución esperanzadora. Y diré para los malintencionados que no es por esa calumnia indecente y malvada de que los docentes somos unos gandules, sino por algo que seguro que tiene que ver con nuestro sistema educativo, porque yo, que llevo en la enseñanza treinta y dos años, empecé a captar este fenómeno hará unos quince o veinte, o sea, que no es de siempre. Y va en aumento, ya digo que nunca lo he visto tan extendido como ahora:
¿por qué hay en España tantísimos docentes que están deseando jubilarse? ¿No se lo ha preguntado nadie con capacidad de resolver este problema y los que hay detrás, que son indudablemente muy graves? ¿Sí se lo han preguntado? Entonces, ¿qué están haciendo para resolverlos?
Lo que está detrás es sin duda el cáncer más destructivo de nuestro sistema: la presión sobre el aprobado. Este es un problema ya viejo, que empezó a manifestarse con la implantación de la LOGSE, sistema que venía a arreglar la educación española por el expediente de aumentar el éxito escolar, entendiendo como éxito el aprobado. A más número de aprobados, mayor éxito escolar, se llevan diciendo desde hace ya veinticinco años políticos y pedagogos, sin entender que eso es una falacia, que el verdadero éxito escolar es el aprobado que refleja con veracidad el aprendizaje adquirido por el alumno, no cualquier aprobado, pero los que mandan, como se niegan a ver esto, empezaron por crear un sistema que exigía muy poco al alumno: nuevo error, porque lo que la experiencia ha demostrado es que los alumnos, cuanto menos les pides, menos están dispuestos a dar, lo que con el tiempo ha llevado a una falta de compromiso cada vez mayor y un nivel de estudio cada vez más bajo, con el consiguiente mayor descenso en los conocimientos y en los aprobados. ¿Qué solución se ha encontrado entonces desde los poderes educativos? La presión sobre la nota, el acosar al profesor que pone más suspensos de los que les gustaría, independientemente de lo justos que sean. Y en los últimos años, cada vez con mayor virulencia, la presión institucional se ha visto reforzada por la familiar, e incluso por la estudiantil. Cada vez es más frecuente que un alumno, ante un examen mal hecho y bien suspendido, exija con soberbia de petimetre explicaciones al profesor, en lugar de dedicarse a mirar sus fallos y tratar de corregirlos mediante el trabajo y el estudio; cada vez es más frecuente que los padres se crean las patrañas de sus hijos y acudan a los centros a indagar o protestar sobre los supuestamente inexplicables suspensos obtenidos (que, en la práctica totalidad de los casos, están muy bien puestos: la enseñanza española está en manos de profesionales responsables, no de descerebrados), en más ocasiones de las deseables, con modos inapropiados. Lo que se debe conseguir mediante el esfuerzo, se quiere conseguir mediante la presión: este es el origen de los males.
Y así, en la escuela, que debería ser y es transmisora de principios rectos, se cuelan y medran métodos repulsivos: la falsificación, la holgazanería, el acoso, la trampa. Llevamos años preocupándonos por los malos resultados obtenidos por los estudiantes españoles en las diversas pruebas internacionales. Demagógicamente y movidos por intereses particulares, nuestros gobernantes señalan hacia causas que no son ciertas, con el fin de ocultar su incompetencia y su pasividad ante el verdadero problema:
los estudiantes españoles no obtienen mejores resultados porque muchos de ellos ni estudian, ni se esfuerzan, ni aprenden lo más mínimo, ya que en nuestro sistema llevan instalados mucho tiempo una serie de mecanismos que les permiten aprobar sin molestarse, fundamentalmente, uno: la presión sobre los profesores. ¿Cuál es la postura de estos ante este estado de cosas? Los hay que no perciben estos problemas y que, si leyeran estas líneas, dirían que son un disparate, que ellos han puesto siempre las notas que han creído apropiadas sin que nadie les presionase. Me alegro por ellos y nada tengo que objetar a su postura, pero, puesto que he visto a muchísimos que, como Estrella Martín o como yo mismo, sí han percibido esa presión, voy a centrarme en ellos. Unos lo que hacen es no ceder y evaluar en conciencia y con arreglo a lo demostrado por el alumno, con lo que se arriesgan a enfrentarse al mecanismo de presiones que acabo de describir; otros lo que hacen es claudicar y aprobar a los alumnos que lo merecen y a muchos que no, con el fin de quitarse problemas. ¿Cómo lo consiguen? Los procedimientos de la claudicación son múltiples, he aquí algunos de los que he visto: dar unos contenidos paupérrimos de tan facilones, poner unos exámenes ridículos, evaluar solo mediante sencillísimos trabajos e incluso pasarse al final del curso días enteros persiguiendo a esos alumnos que no les entregan ni eso, convertir los treses, los doses y hasta los unos en cincos...
Dice Estella Martín hacia la mitad de su carta:
Al final vemos que lo mejor es no destacar, que los alumnos estén contentos, aunque no aprendan ni se esfuercen, y sentirnos como la vaca que mira al tren: ninguneados, acosados por un sistema deshumanizado que no compartimos y sin valorarnos nosotros mismos. Debe deducirse de ello que al que claudica no le va mejor que al que resiste, porque, si este está destinado a enfrentarse a la presión, aquel se enfrenta a la frustración y la mala conciencia. Pienso que no podemos aguantar así por más tiempo, que el país no puede permitirse un sistema educativo de resultados insatisfactorios y carcomido por una gran falsificación que, además de ser contraria a todo principio, es la causa fundamental de los malos resultados. Pienso que es cierto que un país que maltrata a sus profesores es un país enfermo, y en el nuestro la enfermedad se redobla por la hipocresía, ya que constantemente se oyen voces clamando en nuestra defensa al mismo tiempo que se nos abandona; es un sarcasmo que algunas de las voces que más claman pertrenezcan a políticos que nos han tratado particularmente mal. En España estamos todos muy de acuerdo en que urge cambiar radicalmente muchas cosas que nos han hecho daño y eran insostenibles, cosas como la cultura del dinero fácil o la permisividad ante la corrupción. También en la educación existen ramas podridas.
El vuelco en la educación tampoco puede demorarse, porque, aunque algunos sean tan ciegos que no se den cuenta, una educación basada en principios sólidos es un instrumento muy poderoso contra la corrupción, la desigualdad y la injusticia.