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martes, 21 de enero de 2020

El teorema del guachimán y la supresión de la Educación Especial

   A través de una columna de Guadalupe Sánchez en Vozpópuli, me entero de que el Gobierno proyecta suprimir por completo la red de centros de Educación Especial e integrar a los 37.000 alumnos de los que se ocupa en los centros ordinarios. Buscando más, llegó a un artículo de Daniel Sánchez (¿acabaremos haciendo una película que se titule Cuando los Sánchez dominaban la Tierra?) en eldiario.es que aporta bastante información y los puntos de vista de defensores y detractores de la medida. Se citan en este último las explicaciones de doña Isabel Celaa, ministra del ramo. Según ella, la idea del Gobierno es "convertir los centros de educación especial en centros sectoriales de apoyo a la inclusión que brinden el asesoramiento y la ayuda necesarios para que el alumnado que esté actualmente escolarizado en estos centros específicos pueda incorporarse progresivamente a los centros ordinarios". Antes de continuar con el asunto que nos ocupa, aprovecharé esta cita para presentar lo que desde este momento ¡EXIJO! que el mundo mundial conozca como teorema del guachimán. Helo aquí: 
    La facilidad que un ministro de Educación demuestre para adaptarse a la jerga de expertos y burócratas educativos será inversamente proporcional a su idoneidad para el cargo.
   A la luz de esta incontrovertible ley, la señora Celaa debería abandonar el cargo urgentemente, qué digo urgentemente: ¡a trompicones!, y todos sabéis que existen algunas razones más, y poderosas. Reduzcamos lo que ha dicho la ministra a lenguaje inteligible: a partir de ahora, los centros de Educación Especial serán los sitios donde unos cuantos asesores vivirán como rajás sin dar clase y limitándose a rellenar papeles, hacer informes que no leerá nadie y dar consejitos inservibles a los profesores que se tengan que volver micos para hacer malamente el trabajo que ellos harían mucho mejor. ¡Ah!, y a hacer reuniones, muuuuuuuuuuuuchas reuniones. Inservibles por completo, ni que decir tiene.
    Tal vez haya quedado claro que soy de los que creen que los centros de Educación Especial no deberían suprimirse, por una razón muy sencilla: existen alumnos cuyas necesidades son tan exigentes que ni los centros ordinarios ni los profesores que dan clase en ellos tienen posibilidad de hacerles frente como se merecen. Como tantas otras veces, la raíz del problema es esta: el PSOE se cree sus ensoñaciones educativas con la misma candidez y tozudez con que los niños de cinco años creen en los Reyes Magos. Y lo malo es que las impone con mano de hierro desnuda o en guante de seda (según requieran las circunstancias), aunque los hechos hayan demostrado su falsedad y siempre, ¡ay!, con los zurriagazos cayendo sobre las espaldas de otros. Os cuento dos de mis batallitas.
   Años ochenta. Época en la que el invento paradisiaco recién alumbrado era la famosa integración de don José María Maravall: ¡qué homilías! ¡Cuánta tinta derramada en insensatas aleluyas vertidas por las revistas supuestamente especializadas! Con la integración, se lograría por fin el ideal de la igualdad (cuya torcida interpretación por el progresismo educativo tanto daño ha hecho a la escuela) y, no exagero ni miento, algunos de estos profetas parecían creer de verdad que todos los niños iban a salir ingenieros. En este caldo de cultivo, el guachimán, entonces en un centro de EGB, tuvo como alumno a un niño con síndrome de Down en 6º de EGB. Las expectativas de sus padres, inducidas por aquel clima perverso, eran disparatadas, pero la realidad fue bien distinta: aquel chico estuvo descolgado todo el curso, para frustración suya y desesperación de quien suscribe, que hizo cuanto estaba en su mano. Ha pasado mucho tiempo, pero parece que el progresismo escolar es incapaz de sacar conclusiones. 
   Diez o doce años después. Ya en Secundaria y con la ESO, era yo profesor de un 3º con alumnos de Integración en el que había un chico de quince o dieciséis años cuya capacidad de razonamiento no alcanzaba a cosas que podrían resolver muy bien niños de cinco, pero las absurdas ensoñaciones del orientador y su empeño no siempre noble (traduzco: sus presiones sobre los profesores) consiguieron que, al acabar el curso, solo hubiera suspendido dos asignaturas, con lo que habría podido pasar a cuarto. Se planteó entonces una reflexión sobre la incongruencia entre las capacidades reales de ese chico y el -en su caso, inconcebible- hecho de que hubiera superado 3º de ESO, aunque fuera con las adaptaciones de Integración muy indebidamente entendidas. Sería largo explicar cómo conseguí frenar aquel disparate, que hubiera podido abrir la vía a que ese chico acabara, si sus padres hubieran querido (y no hubiera sido extraño, dada la hipnosis a la que los vendedores de humo los habían sometido), en Bachillerato, lo que hubiera sido un desastre para él y un escarnio para la enseñanza.
    Estos dos alumnos de los que hablo hubieran estado mil veces mejor en Educación Especial, pero sus padres se engañaron o alguien los engañó y acabaron en el sitio equivocado:  ¿cuándo dejarán el PSOE en particular y el progresismo educativo en general de vender sus cuentos chinos aun a costa de perjudicar a sus teóricos beneficiarios?  
    

4 comentarios:

  1. En un mundo ideal el teorema de Guachimán debiera ser la regla. En la España real, desde hace tiempo podría reformularse ese teorema de forma diametralmente opuesta. Cuanto más te acercas a la jerga de la secta, más trepas en el mundo de la educación y más se te valora en ese sector. Ad contrarium. Tus posibilidades de trepar en la escala de la administración educativa son directamente proporcionales a tu adhesión a la jerga psicopedagógica y a los mitos, dogmas y creencias de ese terrible grupo de presión. Sobre la idoneidad de la ministra Celáááá podemos plagiar a Quevedo. Sin comillas, ya que su obra es de dominio público. Santo silencio profeso, no puedo amigos hablar, pues vemos que por callar a nadie se hizo proceso.

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    1. ¡Ah, los clásicos, don Mariano, con su sabiduría inmortal! ¡Cuántas veces habremos hablado usted y yo de las semejanzas entre la España de hoy y la del Lazarillo! Mire estos versos de "Pedro de Urdemalas":
      Yo podré ser patriarca,
      pontífice y estudiante,
      emperador y monarca,
      que el oficio de estudiante
      todos estados abarca.
      Parece ser que se trata de un estudiante inmortal y que consiguió incluso hacer un doctorado. Y lleva camino de hacerse monarca. Supongo que después vendrá lo de emperador.

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    2. Este Pedro las urde malas y buenas, no sabemos si será emperador o gobernador de la ínsula Barataria. Hoy es César con la aquiescencia incomprensible de paniaguados sin principios y borregos sin talento. No sabemos si llegará a patriarca, pero como sea "heteropatriarca" podrá tener algún problema con la ministra consorte. ¡Hay que ver cómo está el patio! El de Monipodio, que es donde se desenvuelve esta chusma con mando en plaza que sigue jugando con las instituciones hasta degradarlas ad infinitum. País, que diría el Forges.

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