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lunes, 24 de junio de 2019

Carta de una alumna de trece años: manipulación repugnante del pedagogismo

   Según se cuenta, Einstein dijo en alguna ocasión que había dos cosas infinitas: la estupidez humana y el Universo, aunque no estaba seguro de la segunda. Estoy en condiciones de asegurar que hay una tercera: la desvergüenza del pedagogismo que se vende como innovador, aunque lo que no sé es si el colosal genio lo ignoraba o lo sabía también pero prefirió callarlo por las razones que fuera. Esa inconmesurable desvergüenza se concreta principalmente en la venta del fraudulento y perjudicial producto que fabrica, es decir, la panoplia de propuestas educativas que se presentan como mágicas soluciones mediante las cuales la enseñanza se puede convertir en un proceso en el que todo el mundo puede aprender cualquier cosa que se proponga, sin esfuerzo y pasándoselo en grande, pero que, confrontadas con la realidad, todas acaban siendo cascarones vacíos con los que, en el mejor de los casos, se acaba no aprendiendo nada en absoluto. 
    A esta trampa de base, generalmente se añaden otras dictadas por las circunstancias y una muy frecuente (por no decir imprescindible) es la manipulación de la realidad y de los sentimientos de los potenciales destinatarios de sus fábulas. Se publicó ayer en "El Mundo" una falsificación que se recrea a gusto en este vicio de la manipulación: un escrito que se presenta bajo el titular de Carta abierta de una chica de trece años: "Nos duele que nadie se proponga cambiar el sistema educativo". Como es habitual en estas toscas falsificaciones que se monta el pedagogismo, la mentira se nos echa encima desde el mismísimo inicio del texto: ¿cómo se puede insinuar que nadie se ha propuesto nunca cambiar el sistema educativo, si llevamos décadas aguantando a una legión de innovadores que defienden los cambios que en la carta se postulan y que incluso han conseguido colarlos en nuestro sistema vigente (que es obra y gracia de reconocidos innovadores), donde constituyen lo peor y más dañino para el desempeño de la enseñanza? ¿Quién se puede creer, ya desde el título, que esa carta sea obra de una persona de trece años? Por el lenguaje, ciertos datos del debate educativo que maneja y el enfoque mental que muestra, esa carta es sin duda alguna obra de una persona adulta o, en todo caso, de esa supuesta niña de 13 años bajo la inspiración y guía de un adulto, alguien sin duda metido hasta las orejas en la cruzada contra el trabajo serio y responsable que los profesores (si las presiones no se lo impiden) han hecho y siguen haciendo en la escuela, y llamo escuela a las aulas concretas en las que millares de profesores enseñan y millones de niños aprenden, a las cuales el autor intelectual de esta carta de una inocente niña de trece años pretende pérfidamente que los lectores confundan con el verdadero y podrido sistema, ese búnker de burócratas que entorpecen la labor docente haciendo, entre otras insensateces, cosas como respaldar a los que no quieren estudiar o dar cobertura a los que se portan como energúmenos. No perdamos de vista este dato: la burda manera en que el autor de esta carta se presenta bajo el disfraz de una niña de trece años delata sus desprecio a la inteligencia ajena y a la propia figura del alumno, que manipula sin el menor escrúpulo. Mentira, manipulación, falta de respeto...: las armas habituales del pedagogismo.
    Para quien quiera leer la carta, ahí la he dejado enlazada; yo voy a proceder a comentar algunos aspectos de detalle, con el fin de respaldar lo que llevo dicho hasta aquí. 
    1.- Un bochornoso tono patético. La carta está salpicada de frases y expresiones que presentan la situación de los alumnos que hoy estudian en las escuelas con un dramatismo hiperbólico y embustero: el abuso del verbo doler, frases como "Nos duele también que los adultos que se acuerdan de lo mucho que sufrieron en su infancia por las obligaciones impuestas por ese mismo sistema, por los castigos o los gritos de una autoridad que supuestamente enseña y que todos sabemos que normalmente solo obliga a memorizar, no hagan nada. Además nos duele que a los menores no nos tomen en serio", "...sin embargo es horrible saber..." Cualquiera que leyera esto y se lo creyera, podría pensar que nuestros centros son campos de concentración donde se tortura a los niños ("...los castigos o los gritos..."), pero yo reto a los responsables de "El Mundo", ya que no han tenido empacho en publicar este saco de mentiras injuriosas para quienes ejercen la enseñanza, a que se tomen la molestia de comprobar si en los centros de hoy a los niños se les castiga, se les grita o no se les toma en serio. Me temo que, si es que tienen vergüenza, van a enrojecer después de comparar la realidad con lo que publican. 
    2.- Intentando colar los tópicos casposos y calamitosos del pedagogismo. De ellos es la carta un muestrario intensivo, por supuesto, bajo la sempiterna y repugnante fórmula de querer brillar atrribuyendo a la escuela que denigran vicios que no padece en absoluto. Dejo aquí una pequeña relación de los topicazos embusteros que adornan la desafortunada misiva: la tiranía de lo memorístico, lo de las seis horas diarias sentados, lo del profesor que se limita a leer el libro de texto como un papagayo, lo de los deberes sin descanso ¡hasta en vacaciones!, "los exámenes y las notas, hechos para afirmar que alguien es mejor o peor de lo que debería ser o de lo que son sus compañeros", "la diferencia de poder entre los alumnos y el profesor o la profesora" (!!!), el embuste de la enseñanza lúdica… Una auténtica orgía de insensateces envueltas en un victimismo tramposo que presenta a los pobres niños como abocados inevitablemente a un futuro lastimoso por culpa de esa falsificación que el autor de la carta se inventa. Si grande es la vileza de las calumnias que la carta segrega, mayor lo es aún la de presentar a la escuela como el verdugo que arrastra a sus alumnos a un porvenir pintado con tintas casi macabras. 
    3.- ¿Publicidad encubierta?  Estando como estoy muy acostumbrado a vérmelas con las invenciones pedagogistas, sé muy bien que entre sus grandes falsificaciones relumbra esta: la de presentarse como idealistas cuando en realidad son unos redomados materialistas. Aunque invariablemente se venden como los filantrópicos profetas de la Arcadia educativa, en el fondo lo que les mueve es siempre un interés muy pragmático, que suele concretarse en la búsqueda de poder político, hegemonía ideológica o beneficio económico, y, dentro de esta estrategia, jamás dan puntada sin hilo. En el caso de esta carta, veo muy claramente una jugada destinada a lo segundo, ya que es evidentemente uno más de los millares de panfletos con los que quieren vender a la opinión pública sus excelencias y calumniar a la competencia colgándole aberraciones que no comete. Parece claro que es obra de alguien que quiere ir inoculando la simpatía hacia los espejismos pedagogistas en la enseñanza pública, como se desprende de esta frase: "Ni siquiera podemos salvarnos individualmente a nosotros, porque todos los centros innovadores o con metodologías distintas o están demasiado lejos o son demasiado caros". No nos dejemos llevar por la aparente ingenuidad de estas palabras (¿qué es eso de "están demasiado lejos"? ¿De quién?), porque en el fondo son el maquillado núcleo del mensaje político-publicitario: sí, ya se sabe que algunos centros privados expenden este milagroso producto educativo que aquí se ensalza, pero no están al alcance de cualquiera. Esta carta no es más que un panfleto de alguien que quiere ir preparando el terreno para una ofensiva más -quizás de un partido político, quizás de la secta pedagógica, quizás de la usual alianza entre ambos- destinada a ampliar la invasión de la escuela pública por parte del pedagogismo. 
    En conclusión, esta carta atribuida a una anónima niña de trece años, a todas luces una falsificación, es simplemente uno más de los cantos de sirena con que la innovación pedagógica publicita la perentoria necesidad de su implantación (aunque, por desgracia, muchos de sus disparates están ya bien arraigados en la escuela), lo cual se hace mediante el resobado sistema de desprestigiar a la escuela con mentiras. La escuela real no es así; la escuela real es mucho más viva, rica, dinámica, actual, alegre y provechosa que el tétrico retrato que hacen de ella ciertos interesados pajarracos y, ni que decir tiene, mil veces más eficaz que el guano que ellos producen y pretenden colar como oro molido. Es una pena que "El Mundo" se haya prestado a esta farsa de la cartita, pero os aseguro que, si algo no me sorprende en la vida, es la complicidad sensacionalista de los medios de comunicación con la pirotecnia de la ¿innovación? educativa.

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2 comentarios:

  1. Esta niña debe ser como la novia de Chucky sueca del clima, pero mas castiza, aunque seguro que no va a los Toros....

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  2. Paco: insisto: esa niña no es una niña, debe de ser un pedagogo con bigote. En lo que vas más encaminado es en compararla con la niña sueca, porque analizando un poquito la redacción, se ve que esto lo ha escrito alguien con problemas típicos e hablantes no españoles, sobre todo en la correlación de tiempos verbales y el uso de estos en general y de las preposiciones.

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