Publicaba ayer "El País" una serie de cuatro artículos cuyos títulos y autores os dejo al pie de esta entrada. Como veréis si les echáis un vistazo, siguiendo una práctica muy al uso, lo que hace el periódico es sacar una mayoría de artículos (tres) adscritos a su línea ideológica (la pedagogista innovadora) y conceder la palabra a alguien de otra no ya distinta, sino contraria, pero dejándole bastante menos espacio y peor colocado, que tampoco hay que pasarse con eso del diálogo y la tolerancia. Poco parece haberle afectado esto a Ricardo Moreno Castillo, porque le basta con lo que le dan para defender con la directa claridad que le caracteriza sus propuestas, que tampoco precisan de barroquismos, las cuales, en esencia, son estas: que el objetivo de la educación es la transmisión del saber y que, cuanto más sepamos, más capacitados estaremos para otras cosas que parecen interesar mucho a los pedagogos, tales como la capacidad crítica o la de tomar decisiones, cosas, ciertamente, muy importantes, pero que sin unos saberes previos no podrían ni empezar a echar tallo. Solo una pequeña objeción quiero ponerle esta vez a Moreno Castillo, y es de matiz lingüístico: dice al principio de su artículo que "la enseñanza en España está literalmente por los suelos". No estoy de acuerdo; ciertamente lo están el sistema, las normas, las políticas y esa penosa posición de acatamiento o de defensa numantina que nos hemos visto obligados a adoptar los profesores frente a aberraciones y abusos procedentes de sectores diversos, pero no la enseñanza, porque, en la realidad práctica de esta, en el resultado de esa transmisión de conocimientos de que él mismo habla, hay un hecho incontrovertible y muy separado del nivel del suelo: que, entre los alumnos que salen de nuestros centros, hay un montón muy bien formados y muy capacitados, los cuales están demostrando su valía en España y fuera. ¿A qué se debe esta paradoja? A que el talento es una flor muy tozuda y prospera hasta en las condiciones más adversas y a que somos muchos -muchos más de los que se piensa- los profesores que burlamos la estulticia impuesta y las presiones burocráticas y sociales y la regamos con eso a lo que estamos obligados: la transmisión de saber. Al menos esto, lo tenemos, y créanme que no es poco.
Por lo que se refiere a los otros tres articulistas, voy a ocuparme solo de uno de ellos, Mariano Fernández Enguita (a partir de aquí, MFE). En el artículo de Moreno Castillo, se lamenta este de la hojarasca de palabras vacías con que los pedagogos (esos, como el propio MFE, a los que los políticos han hecho tanto caso, con los resultados a la vista) han ocultado el verdadero objetivo de la enseñanza; pues bien, aquel que no le creyera, no tendría que hacer mucho esfuerzo para comprobar que tiene razón, porque, en la misma página, el pomposo, farragoso y apocalíptico artículo de MFE se la da de forma palmaria. Como autor fiel a sus vicios, MFE, aparte de caer en este de la segregación de hojarasca, nos asesta en su escrito algunos más marca de la casa: la defensa de la innovación por la innovación; la inconsistencia de sus propuestas; el no pararse a pensar que todos estamos constantemente evolucionando e innovando, que ese raro privilegio no le ha caído del cielo solo a él; el disparatado análisis que hace de la relación entre nuevas tecnologías y escuela (es absurda su pretensión de que todo en la escuela se someta a ellas; es una falsedad la imagen que transmite de que no están integradas en la enseñanza: lo están, y mucho); su empeño en que se amplíen los poderes de los directores (hasta convertirlos en los tiranos que son ya en los centros privados, es de suponer que para imponer las verdades del marianismo); su fobia a los profesores... Me detendré, por lo que me toca, un poco en esta última. A propósito de la profesión docente, deja MFE en su artículo esta maldad:
Una visión equivocada de la profesión ha restringido la presencia en el centro a poco más que las horas lectivas, convirtiendo la docencia en un trabajo reducible por todos y reducido por muchos a empleo y tiempo parcial (pagado a tiempo completo).
Falsedades como algunas de las que dice aquí MFE no es la primera vez que se las oigo, hasta el punto de que he llegado a la convicción de que este señor tiene algo personal contra los profesores, particularmente, de instituto. No es cierto que la presencia en el centro haya quedado reducida a poco más que las horas lectivas (por no hablar de las muchísimas que hacemos en casa) y es una canallada lo que insinúa en sus últimas palabras: que el trabajo lo cobramos completo, pero lo realizamos solo en parte. Vilezas como esta, dichas en un medio de la difusión de "El País", contribuyen a ensuciar la imagen del docente y a que desde los sectores más descerebrados de la sociedad (que los hay) surjan de vez en cuando linchamientos morales contra la profesión, muchas gracias, don MFE.
Termino con lo más notable: los vicios lingüísticos. El fárrago que constituye el artículo de MFE en su conjunto arroja la sensación de ser la profecía hiperbólica de un visionario muy convencido de los vaticinios que nos asesta. Está plagado de frases del tipo: "Educar es hoy, y será cada vez más, innovar sobre el terreno"; "pero el cambio vendrá"; "el proceso será de innovación distribuida y difusión horizontal"...: da la impresión de que el domingo MFE tuvo a bien ponerse la túnica y subirse a la montaña a largarnos su sermón agorero. Otros rasgos que podréis encontrar si leéis el artículo serán el alambicamiento y la vaciedad del mensaje, ya mencionados. Así, son constantes las alusiones a esos cambios que se pronostican con énfasis mesiánico, aunque no se aclara nunca su sustancia ni su sentido, si es que los tienen; solamente al final se nos da una pista, y bastante aclaratoria. Leamos esta cita, un poco larga pero, a cambio, muy sabrosa:
Es justamente la organización lo que ha de cambiar. Lo que cuenta no es el contenido, sino las relaciones: entre los alumnos y con los profesores, con contenidos y materiales, con el entorno, la organización de espacio y tiempo... Si se tratara del contenido se resolvería con buenos libros o buenos vídeos. El problema es que los centros son poco más que montones de aulas apiladas y, mientras que estas carecen de futuro (son el residuo de la escuela-fábrica y el profesor-grifo), aquellos, que seguirán y crecerán porque no hay mejor lugar fuera de la familia para los menores, no logran reinventar el suyo. Pero ese es el camino: más escuela y menos aula.
En pocas palabras, que el cambio consiste en la organización de la nada.
Así habló Marianustra, que diría Nietzsche.
"Profesor-grifo", "escuela-fábrica"...: los prejuicios de este señor (los mismos que me he encontrado en los mayores mentecatos con que he tropezado en mi dilatada carrera docente) ofrecen pocas dudas. "Lo que cuenta no es el contenido": se comenta solo, como la frase que subrayo referente a libros y vídeos: es definitiva: solo puede proceder de alguien que no tiene ni la más remota idea de lo que es educar ni de cómo esta tarea debe llevarse a cabo.
Pues estas cosas dice MFE, el "experto" al que ayer "El País" cedió más espacio, prolífico pontificador sobre ese proceso educativo cuya esencia no parece comprender muy bien.
Artículos y autores (por orden de aparición en el diario)
-Más escuela y menos aula. Mariano Fernández Enguita.
-El saber nos hace críticos. Ricardo Moreno Castillo.
-Cómo formar a profesores de élite. José Antonio Marina.
-Aquí no se estudia, se hace. Pilar Álvarez.