Llevábamos una semana con informaciones y conjeturas diversas acerca de cómo iba a afectar a la educación el último recorte anunciado por el Gobierno, el de los 10.000 últimos millones, pero hoy el ministro Wert
nos ha resuelto bastantes dudas. Lo que está haciendo el PP, aprovechando que la crisis pasa por España, es un ataque salvaje a derechos y prestaciones inexcusables en un país que se llame democrático y avanzado, no estará de más que se repita las veces que haga falta, como tampoco recordar que lo que ha ocurrido este año en la enseñanza madrileña era el peligrosísimo e inicuo experimento previo, como señalé en mi artículo titulado
Por supuesto que es una huelga política, que en la página Deseducativos se tituló
Arde Madrid. Al paso que vamos, y con la candela que nos están metiendo estos señoritos cortijeros del PP, va a acabar ardiendo toda España, pero vayamos con las políticas concretas del señor Wert, de las cuales me centraré, por no extenderme demasiado, en las cuatro que considero que van a resultar más catastróficas en los institutos.
1.- Aumentar el límite legal de alumnos por aula. Esta medida, por sí sola, indica que el responsable (?) político que la respalda con su firma debería estar haciendo cualquier cosa que no tuviera nada que ver con la educación, por su pernicioso desconocimiento del tema. Representa que en secundaria se podrá llegar a los 36 alumnos por clase, mientras que en Bachillerato se podrán poner en los 42. Dice que se podrá, sí, pero, tal y como están funcionando hoy las consejerías de (ejem) educación, me viene a la cabeza aque famosísimo verso de Garcilaso: pudiendo, ¿qué hará sino hacello? Esta propuesta, a la que aplicando la sinceridad y el realismo -enfoques arrumbados en educación y que convendría restaurar- deberíamos llamar cosas como majadería, canallada, agresión o locura, supone retrotraernos treinta años y, dadas ciertas condiciones de falta de disciplina que hay hoy y no había entonces, sencillamente hundir la posibilidad de dar clase en muchísimas aulas, por no hablar de los inconvenientes meramente didácticos que la masificación lleva implícitos. Termino señalando que, para mayor aberración, últimamente, en los medios se está sembrando esta mentira: que, según los expertos, el número de alumnos no influye en la calidad de la enseñanza. Me gustaría saber quiénes son esos "expertos" y verlos a ellos y a ciertos esbirros de la política bandearse no ya con 40, sino con 20 alumnos de ESO, y de los no conflictivos. Ya si fueran conflictivos... El problema de España es que hay demasiado embustero, demasiado inepto y demasiado canalla manejando hilos.
2.- No cubrir las bajas del profesorado de menos de dos semanas. ¿Qué consecuencias prácticas tendrá esto? Os lo va a decir alguien que lleva muchos años en centros educativos de todo tipo: que podrá darse el caso, por ejemplo, de que un profesor esté enfermo diez días y entonces, sencillamente, sus alumnos se perderán esa asignatura durante ese tiempo, así de sencillo. No obstante, no nos preocupemos, porque lo que está en marcha es el plan de no pagar al profesor las bajas por ese perido, con el fin de que se asista al centro aunque sea echando los higados. El sentido de la justicia de estos señores no tiene nada que envidiarle al del negrero más pertinaz.
3.- Imponer un aumento de las horas lectivas. Las horas lectivas son un núcleo de trabajo muy particular. Primero, porque producen un gran desgaste, más aún -insisto- en las peculiares condiciones que tiene en la actualidad el dar clase, tarea en general mucho más exigente que jugar al golf o pontificar en las tertulias radiofónicas. Segundo, porque cada hora lectiva añade un plus de trabajo asociado en las no lectivas, con lo que poner demasiadas puede llevarnos a, una de dos, o pasarnos en horas de trabajo totales (obligarnos a ello sería simplemente un abuso), o preparar menos actividades y/o de menos calidad que las que prepararíamos con un número de horas equilibrado, lo cual repercutiría en una peor prestación del servicio. Este curso nos estamos resistiendo a hacerlo quienes ya hemos recibido nuestra ración de horas de más, pero acabaremos haciéndolo más tarde o más temprano -como, por cierto, hacen en la privada-, tampoco somos mártires.
4.- Congelar o reducir los complementos salariales. Esta medida no es que vaya a traer catástrofe ninguna a los institutos, pero es tan inadmisible, por lo injusta y por lo reiterada, que creo que el colectivo docente debería recibirla con una contundente negativa. Hay que recordar que los funcionarios llevamos años (gran parte de ellos, coincidentes con épocas de desbocada bonanza) con los sueldos congelados o semicongelados; que en sitios como Madrid se nos han hecho perrerías como subirnos las horas necesarias para cobrar los sexenios; que hemos sufrido la rebaja general de sueldos de Zapatero y algunos recortes posteriores en las pagas extraordinarias...: en pocas palabras: que a los profesores ya se nos ha machacado mucho en nuestras percepciones, mientras otros se forraban con ganancias abusivas, defraudaban al fisco o, simplemente, robaban. Esto es inadmisible.
Creo, en conclusión, que no se puede machacar más a la enseñanza y a los enseñantes. Estos señores del PP llevan años en su tarea de demolición de la enseñanza pública caiga quien caiga (acabo de leer una nota de prensa de CCOO que afirma que esto va a representar la pérdida de ¡100.000 puestos de trabajo!), con el indigno propósito de favorecer al negocio particular de la privada a costa de lo que es de todos. Indigno e ilegítimo. ¿No sería ya hora de que los sindicatos les preparasen una huelga que se llevase por delante a unos gobernantes que, en pocos meses, han demostrado que solo saben gobernar contra la ciudadanía? ¿No sería ya hora de que el colectivo perdiese el miedo pánico que les tiene a los descuentos? Pensemos una cosa: los funcionarios en general y los profesores en particular hace mucho ya que nos hubiéramos debido plantar muy en serio; si lo hubiésemos hecho en su momento, tal vez los descuentos que nos habrían asestado habrían sido a la postre de menor cuantía que lo que hemos ido perdiendo en esta sangría constante. Luego hay otra cuestión: esto ya va pasando de ser un asunto de dinero a ser un asunto de dignidad: nos estamos dejando arrear como peleles y ya se sabe que el que se traga las bofetadas una y otra y otra y otra y otra más sin rechistar se acaba convirtiendo en el payaso de las bofetadas.