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-LA ESCUELA INSUSTANCIAL. Sobre la urgente necesidad de derogar la LOMLOE. -EL CAZADOR EMBOSCADO. Novela. ¿Es posible reinsertar a un violador asesino? -EL VIENTO DEL OLVIDO. Una historia real sobre dos asesinados en la retaguardia republicana. -JUNTA FINAL. Un relato breve que disecciona el mercadeo de las juntas de evaluación (ACCESO GRATUITO EN LA COLUMNA DE LA DERECHA). -CRÓNICAS DE LAS TINIEBLAS. Tres novelas breves de terror. -LO QUE ESTAMOS CONSTRUYENDO. Conflictividad, vaciado de contenidos y otros males de la enseñanza actual. -EL MOLINO DE LA BARBOLLA. Novela juvenil. Una historia de terror en un marco rural. -LA REPÚBLICA MEJOR. Para que no olvidemos a los cientos de jóvenes a los que destrozó la mili. -EL ÁNGULO OSCURO. Novela juvenil. Dos chicos investigan la muerte de una compañera de instituto. PULSANDO LAS CUBIERTAS (en la columna de la derecha), se accede a información más amplia. Si os interesan, mandadme un correo a esta dirección:
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domingo, 20 de junio de 2010

Un "movimiento artístico" bastante penoso

Hace un par de semanas, fui a la óptica a que me ajustasen las patillas de las gafas y me encontré a los dueños bastante disgustados. ¿La razón? La noche anterior, amprándose en la oscuridad como suelen hacer estos sujetos, algún indeseable les había pintarrajeado el escaparate con un grafiti de considerable tamaño. Lo había colocado además en todo el centro, con la más sana intención de perjudicar. "Bueno, eso lo limpiáis y ya está", les dije para animarle un poco, pero resulta que no, porque, según me explicaron, esas pinturas llevan unos productos que se incrustan en el cristal y hacen imposible su limpieza. "¿Tenéis seguro?", sí lo tienen, pero los seguros no cubren estos actos vandálicos. Resultado: les habían hecho un estropicio que les iba a salir por seis mil euros: ¿qué denominación darán mis amigos de la óptica al grafiti como actividad y a quienes lo practican? Seguro que no los colocarán en la cumbre del Arte. Como tienen algún sospechoso, les queda al menos la posibilidad de reconocerlo en los álbumes de fotografías de grafiteros que tiene la Guardia Civil, que es el catálogo en el que acaban todos estos virtuosos. 
Me viene a la memoria este incidente porque hoy, cuando iba a comprar el periódico, he visto un furgón frigorífico, uno de esos pequeños camiones que deben de costar su buen montón de dinero, emporcado con una firma de dimensiones gigantescas, tres letras enormes, feas y mal dibujadas. Sin duda, el artífice de tal creación vio la inmaculada superficie de los laterales de la cámara isotérmica y pensó que eran el receptáculo ideal para sus divinas iniciales, sin pararse a considerar pequeñeces como que a lo mejor el dueño del camión no pensaba lo mismo o que borrarlas iba a resultar imposible o costosísimo. O, mejor dicho, sí que se paró a considerarlo y no le importó o incluso le pareció bien, así que allí que dejó su sello para la posteridad.
La fiebre de los grafitis surgió en España allá por finales de los 80 y durante cinco o seis años constituyó una verdadera explosión en la que apenas quedó en muchos barrios extrarradiales un centímetro de pared libre de firmas ilegibles o murales deformes. En esta explosión coincidieron dos factores favorables: el impulso de la novedad y el esmerado papanatismo español, que, fiel a sus principios, no desperdició la oportunidad de impulsar un desastre y hacer el juego a unos impresentables. Así, como el grafiti era una cosa moderna, como se había puesto de moda, como eso molaba, como venía de América, como lo practicaban los malotes del barrio, como se consideraba a sí mismo, no ya un arte, sino el tope guay de la repera artística y contestaria, los medios culturales, educativos y hasta políticos a la vanguardia del país, es decir, las fuerzas vivas del papanatismo hispano, se lanzaron sin el menor titubeo a halagar el ego de los grafiteros, a estudiar el fenómeno y sus supuestas leyes internas, a sacarlo en los medios incluso con entrevistas a "figuras" del invento y a elevarlo a los altares del arte moderno. Casi ná; a ver quién es más listo, más moderno, más progre, más enrollao, más conectado con las corrientes de la calle y con más olfato para la novedad que un Papanatas español. Después de esa primera explosión, el grafiti empezó a decaer (aunque aún se mantiene muy activo), cuando las personas vulgares sin sensibilidad artística y las autoridades de todo tipo empezaron a entender que había que pararles los pies a unos individuos que, cuando les daba la gana, agarraban su espray y arruinaban una pared, un muro de contención, una caseta, un tren, un convoy del metro, un camión, un coche particular, un escaparate... o lo que les pareciera. Aun admitiendo que hay murales grafiteros de cierta calidad, no era tolerable que esta plaga de gamberros urbanos tomara los bienes de los demás (privados o públicos) como lienzo sobre el que plasmar sus pintarrajos y dejara luego (y siga dejando) para el ayuntamiento o para el particular el estropicio o la factura de gastos de reparación. Pensemos en mis amigos de la óptica o en el dueño del camión, pero también en otras cosas: nadie se hace idea de lo que se gastan los ayuntamientos en limpiar los furores de estos "artistas" en los muros de los institutos. Yo he visto tener que repintar dos veces en el transcurso de una semana una pared de unos cincuenta metros cuadrados o más solo por la gracia del mismo descerebrado.
Si hubo un error en el tratamiento que al principio se dio a los grafiteros fue el de halagarles el ego, porque precisamente eso es lo que le sobra al grafitero y porque las cosas que hace las hace precisamente para afirmar su personalidad. Durante cierto periodo, su hazaña cumbre fue la de juntarse un grupo numeroso de ellos y pintar un tren o un convoy de metro completo. Lo hacían con el siguiente guión: asaltaban en tromba el convoy cuando paraba en la estación, urgían a los viajeros a salir, intimidaban a los empleados y vigilantes de seguridad si los había y luego, bien organizados y en pocos segundos, pintaban los vagones. Hay varias denuncias de esto, incluso con agresiones a empleados, y yo mismo he visto en vías muertas muchos vagones de cercanías pintados por fuera con grandes letras. Y todo esto, ¿para qué? Pues muy sencillo: para grabarlo y colgarlo en Internet. Que se viera su obra, su hazaña; lo que digo: inflar el ego. Y, hasta cierto punto, es comprensible. Por razones de trabajo, he conocido a muchos chicos que eran grafiteros y puedo asegurar que el noventa por ciento de ellos o más eran gente menos que mediocre; lo que el grafiti les daba era esa notoriedad que por otros caminos no podían conseguir, y si era con mucho eco, mejor que mejor, de ahí que no les importe o incluso busquen el producir daños, porque eso inevitablemente dará que hablar. En este sentido, el grafiti sí es un arte: el arte de fastidiar. 

3 comentarios:

  1. He leido un artículo en el País el otro día de Susso33, un grafitero famoso en España y dice que sólo pinta en fachadas de solares abandonados que luego se tirarán, no en cualquier parte. Este chico expone en galerías de arte y museos y es todo un símbolo para los raperos españoles. O sea, hay excepciones, Guachimán ;)

    Saludos.

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  2. Sin duda, Maitess, pero Susso es algo más que una excepción, Susso es uno de esos grandes artistas que corren por el mundo. Y hay unos cuantos más, e incluso voy más lejos: entre esos grafiteros cuyos nombres jamás serán conocidos, yo alguna vez me he admirado al ver algún que otro mural en tapias de solares de barrios o muros de autovías que han quedado muy mejorados con el grafiti. Mi artículo no va contra los creadores y contra la gente que hace las cosas bien; mi artículo va contra los -por desgracia- millares de gamberros que ensucian paredes o se cargan bienes ajenos porque sí. One smile for you.

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  3. Esmail recibido, cenquiu ;)

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